Хитроумный идальго Дон Кихот Ламанчский / Don Quijote de la Mancha - Страница 3
–Lo malo, señor caballero, es que no tengo aquí dinero. Que se venga conmigo Andrés, que así se llama el chico, que yo le pagaré todo.
–¿Irme yo con él? ―dijo el muchacho―. No, señor; porque cuando esté solo me arrancará la piel.
–No lo hará ―dijo don Quijote―, basta con que yo se lo mande para que me tenga respeto y me lo jure por la ley de caballería.
–Mire, vuestra merced ―dijo el muchacho―, que mi amo no es caballero ni ha recibido ninguna orden de caballería. Que es Juan Haldudo el rico, vecino de Quintanar[24].
–Eso importa poco ―respondió don Quijote―, porque puede haber Haldudos caballeros. Cada uno es hijo de sus obras[25].
–Es verdad ―dijo Andrés―; pero mi amo ¿de qué obras es hijo si me niega el salario ganado con mi sudor?
–No lo niego, hermano Andrés ―dijo el labrador―, venid conmigo, que yo os juro por todas las órdenes de caballerías que os pagaré.
–Así lo haréis ―dijo don Quijote―; si no, os juro yo también que os buscaré para castigaros. Sabed que yo soy el valeroso don Quijote de la Mancha, el que deshace todas las injusticias y las ofensas.
Y dicho esto, se alejó montado sobre Rocinante.
El labrador se volvió hacia su criado y le dijo:
–Venid acá, hijo mío, que os quiero pagar lo que os debo como me ha mandado aquel deshacedor de ofensas.
–Hará bien vuestra merced en cumplir el mandamiento de aquel buen caballero; si no, volverá y hará lo que dijo.
El labrador cogió del brazo al muchacho y lo volvió a atar al árbol, donde le dio tantos azotes que lo dejó medio muerto.
–Llamad ahora ―decía el labrador― al deshacedor de ofensas, veréis que no deshace esta.
Por fin, lo desató y le dio permiso para que fuera a buscar a su juez. El muchacho se fue llorando y el labrador se quedó riendo.
Así deshizo esta injusticia el valeroso don Quijote; el cual, muy contento con lo sucedido, y satisfecho con el inicio de su nueva vida caballeresca, iba diciendo:
–¡Oh, dichosa tú, Dulcinea del Toboso!, por tener a tu servicio a tan valiente y famoso caballero como es don Quijote de la Mancha.
Iba andando tranquilamente cuando descubrió un numeroso grupo de gente. Eran unos mercaderes[26] toledanos que iban a comprar seda a Murcia. En cuanto los vio, don Quijote se imaginó que aquello era otra aventura y quiso imitar todo lo que había leído en sus libros.
Pensando que eran caballeros andantes, se puso bien derecho sobre el rocín, sujetó el escudo, y con lanza en la mano se colocó en medio del camino. Cuando los mercaderes estuvieron cerca de él, don Quijote levantó la voz y con un tono autoritario dijo:
–Todo el mundo se detenga y nadie pase de aquí si no afirma que no hay en el mundo doncella más hermosa que la emperatriz de la Mancha, la sin par[27] Dulcinea del Toboso.
Al ver y oír a aquella extraña figura, los mercaderes se pararon, y uno de ellos dijo:
–Señor caballero, nosotros no conocemos a esa buena señora. Mostrádnosla, pues si es de tanta hermosura como decís, de buena gana afirmaremos la verdad que nos pedís.
–Si os la mostrara ―contestó don Quijote―, ¿qué mérito tendríais vosotros en afirmar una verdad tan notoria? La importancia está en que sin verla lo tenéis que creer, afirmar y defender; si no, conmigo habéis de pelear.
–Señor caballero ―respondió un mercader―, ruego a vuestra merced que para no equivocarnos afirmando una cosa jamás vista ni oída por nosotros, nos muestre algún retrato de esa señora. Que aunque en su retrato aparezca tuerta[28], por complacer a vuestra merced diremos en su favor todo lo que quiera.
–No es tuerta, canalla ―respondió don Quijote lleno de ira―; no es tuerta ni encorvada[29], sino bien derecha. Pero ¡vosotros pagaréis esta mentira que dicho contra una belleza como la de mi señora!
Terminó de decir esto y atacó con la lanza al mercader con tanta furia que si Rocinante no tropieza y cae, lo hubiera pasado mal el atrevido comerciante.
Cayó Rocinante y su amo fue rodando un gran trecho[30] por el campo. Mientras intentaba levantarse decía:
–No huyáis, gente cobarde, que estoy aquí tendido por culpa de mi caballo.
Uno de los mozos de mulas, cansado de oír tantos insultos, se acercó a él, rompió la lanza en pedazos y le dio tal paliza que ya no le fue posible levantarse de lo dolorido que tenía todo el cuerpo.
Capítulo V
Don Quijote regresa a su aldea
En esta situación se encontraba cuando pasó por allí un labrador de su mismo pueblo y vecino suyo, que viéndolo tirado en el suelo paró a ayudarlo. El labrador le descubrió la cara, se la limpió, que la tenía cubierta de polvo, y al reconocerlo le dijo:
–Señor Quijana ―que así se debía de llamar él antes de perder el juicio[31] y hacerse caballero andante―, ¿quién ha puesto a vuestra merced de este modo?
Pero él seguía en sus pensamientos y no contestó nada. El labrador lo levantó del suelo y lo subió sobre su asno. Recogió las armas, las puso sobre Rocinante y se dirigió hacia su pueblo. En el camino, don Quijote llamaba al labrador Rodrigo de Narváez o Marqués de Mantua, confundiéndolo con estos personajes de los libros que había leído, y él mismo decía ser unas veces Valdovinos, y otras, Abindarráez.
Al oír estas locuras, dijo el labrador:
–Mire, señor, que yo no soy don Rodrigo de Narváez ni el Marqués de Mantua, sino Pedro Alonso, su vecino; ni vuestra merced es Valdovinos ni Abindarráez, sino el honrado señor Quijana.
–Yo sé quién soy ―respondió don Quijote― y sé que puedo ser no solo los que he dicho sino los doce Pares de Francia[32], pues todas sus hazañas las puedo yo superar.
Llegaron al pueblo cuando ya anochecía y entraron en la casa de don Quijote, donde se encontraban el cura, Pero Pérez, y el barbero, maese[33] Nicolás, que eran buenos amigos de don Quijote.
Los dos, junto con la sobrina y el ama, discutían sobre la ausencia de su amo y sus malas lecturas, que le habían hecho perder el juicio.
–Hace tres días que no aparecen ni él, ni el rocín, ni la lanza, ni las armas ―decía el ama―. La verdad es que la culpa es de esos libros de caballerías que él tiene y suele leer. Ellos le han quitado el juicio. Ahora recuerdo haberle oído decir muchas veces que quería hacerse caballero andante e irse a buscar aventuras por esos mundos.
La sobrina decía lo mismo:
–Sepa, señor barbero, que muchas veces mi tío leía esos libros durante días enteros, y cuando dejaba el libro, cogía la espada, se ponía a pelear con las paredes y decía que había matado a cuatro gigantes o más. Pero yo tengo la culpa de todo, porque no avisé a vuestras mercedes de los disparates de mi tío, para que le quitaran y quemaran todos esos libros.
–Esto digo yo también ―dijo el cura―, y mañana mismo los echaremos al fuego, para que no den la oportunidad a otro de caer en la locura de nuestro buen amigo.
Todo esto estaban oyendo el labrador y don Quijote. El labrador comprendió así la enfermedad de su vecino y comenzó a decir a voces:
–Abran vuestras mercedes al señor Valdovinos y al señor Marqués de Mantua, que viene malherido, y al señor Abindarráez, a quien trae preso el valeroso Rodrigo de Narváez.
A oír las voces salieron todos y se fueron a abrazar a don Quijote, pero él dijo:
–Deteneos, que vengo malherido por culpa mi caballo. Llevadme a mi cuarto y llamad, si posible, a la sabia Urganda[34] que cure mis heridas.