Archipielago Gulag - Страница 17

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Y quizá lo hubiera hecho mejor que los que ocuparon este cargo en los cuarenta años siguientes. ¡Lo que es el destino! ¡Doyarenko se mantenía por principio al margen de la política! En una ocasión en que su hija trajo a casa a unos estudiantes que manifestaron unas opiniones en cierto modo propias de los eseristas, él los echó de casa.

Y de pronto, una buena noche, Stalin cambió de parecer. [34]Seguramente nunca sabremos por qué. ¿Quiso limpiar su alma? Para eso todavía era pronto. ¿Sería que se había despertado en él el sentido del humor, que estaba harto de tanta monotonía? Nadie se hubiera atrevido a reprocharle a Stalin que tuviera sentido del humor, pero lo más seguro es que echara cuentas y viera que pronto el campo iba a morirse de hambre de todos modos, qué no iban a ser sólo doscientas mil personas, y que por lo tanto no valía la pena esforzarse. Así pues, el PCT fue disuelto y se propuso a todos los que habían «confesado» que se desdijeran de sus declaraciones (¡imagínense su alegría!), y en su lugar se procesaron extrajudicialmente, a través de una comisión de la OGPU, al pequeño grupo de Kondrátiev-Chayánov. [35] 7(Y en 1941, cuando acusaron al martirizado Vavílov, afirmaron que el PCT había existido y que él, Vavílov, había sido su jefe en secreto.)

Van amontonándose los párrafos y van amontonándose los años, y de ningún modo conseguimos exponer de forma ordenada todo lo que pasó. (¡En cambio, la GPU sí estaba perfectamente a la altura de las circunstancias! ¡La GPU no pasaba nada por alto!) No obstante, tengamos siempre presente:

—que las detenciones de creyentes nunca cesaron, ni que decir tiene. (Emergen ahí algunas fechas y puntos álgidos. Ora la «noche de la lucha contra la religión» en la Nochebuena de 1929, en Leningrado, cuando encarcelaron a gran número de intelectuales cristianos y no para soltarlos a la mañana siguiente como si se tratara de un cuento de Navidad. Ora febrero de 1932, también en Leningrado, cuando fueron clausuradas simultáneamente muchas iglesias a la vez que se arrestaba en masa al clero. Hay más fechas y lugares pero nadie nos ha dado razón de ellos.)

—que tampoco dejaron nunca de perseguir a las sectas, incluso a las que simpatizaban con el comunismo. Así, en 1929, encerraron absolutamente a todos los miembros de una comunasituada entre Sochi y Josta. Todas sus prácticas eran al estilo comunista, tanto la producción como la distribución, y con una honradez que el país no podría haber conocido en cien años, pero por desgracia eran demasiado ilustrados, demasiado versados en literatura religiosa, y su filosofía no era el ateísmo sino una mezcla de baptismo, tolstoísmo y yoga. Una comuna así a la fuerza había de ser delictiva y no podía hacer feliz al pueblo. En los años veinte, un nutrido grupo de tolstoístas fue desterrado a las estribaciones del Altai, donde crearon unos pueblos-comunas conjuntamente con los baptistas. Cuando empezó la construcción de la siderúrgica de Kuznets, ellos eran quienes les suministraban los víveres. Más tarde empezaron a arrestarlos, primero a los maestros, pues no enseñaban siguiendo el programa estatal (los niños corrían gritando tras los automóviles que se los llevaban), y luego a los jefes de la comunidad;

—que de alguna manera limpiaron (y no siempre a base de medidas educativas sino a veces también con plomo) las bandadas de jóvenes sin hogar que en los años veinte se apiñaban alrededor de las calderas de asfalto de las ciudades y que en 1930 desaparecieron como por ensalmo;

—que no pasaban por alto los casos de caridad no permitida (en el taller se arrestaba por recolectar dinero para la esposa de un obrero encarcelado);

—que el Gran Solitario de Naipes de los socialistas iba barajando ininterrumpidamente las cartas, eso desde luego;

—que en 1929 encarcelaron a los historiadores que no habían expulsado oportunamente al extranjero (Platónov, Tarle, Luitovski, Gautier, Izmáilov), al destacado crítico literario M.M. Bajtín y al entonces joven Lijachov;

—que las nacionalidades fluían desde todos los confines. Encarcelaron a los yakutos después de la insurrección de 1928. Encarcelaron a los buriato-mongoles después de la insurrección de 1929. (Se dice que fusilaron a unos treinta y cinco mil, aunque no tenemos forma de comprobarlo.) Encarcelaron a los kapajos después de que la caballería de Bu-dionni los aplastara heroicamente en 1930-1931. A comienzos de 1930 juzgaron a la Unión para la Liberación de Ucrania (profesor Yefrémov, Chejosvki, Nikovski y otros).

Conociendo la proporción habitual entre lo que se hace público y lo que se oculta, ¿cuántos más habría detrás de ellos? ¿Cuántos arrestos secretos?

Y aunque lentamente, también les llegó el turno a los miembros del partido gobernante. De momento (1927-1929) se trataba de la facción «oposición obrera»* o de trotskistas cuyo pecado fue la elección de un líder caído en desgracia. De momento eran centenares, mas pronto serían miles. Todo es cosa de ponerse en ello. Del mismo modo que los trotskistas asistieron impasibles al encarcelamiento de miembros de otros partidos, ahora el resto del partido veía con buenos ojos el encarcelamiento de los trotskistas. A todos llegaba su turno. Más tarde le tocaría a la inexistente oposición «de derechas». Los jueces devoraban miembro a miembro, empezando por la cola, hasta llegar a la propia cabeza.

A partir de 1928 llega el momento de ajustar cuentas con los epígonos de la burguesía: los nepman.*Lo más habitual era imponerles impuestos cada vez más onerosos e inasequibles hasta que se negaban a pagar, momento en que eran inmediatamente encarcelados por insolvencia y se confiscaban sus bienes. (A los pequeños artesanos —barberos, sastres y lampistas que reparaban hornillos de petróleo— se limitaban a retirarles la licencia.)

El desarrollo de la riada nepmantiene una causa económica. El Estado necesita bienes, necesita oro, y no dispone aún de ninguna Kolymá. A finales de 1929 empieza la célebre fiebre del oro, pero esta fiebre no la padecen buscadores de oro, sino aquellos a quienes privan de él. La peculiaridad de esta nueva riada «del oro» estriba en que la GPU, de hecho, no acusa de nada a sus borreguitos y está dispuesta a no enviarlos al país del Gulag, siempre que pueda arrebatarles su oro aplicándoles la ley del más fuerte. Por eso, las cárceles están abarrotadas, los jueces de instrucción extenuados, mientras que los transportes de detenidos, las prisiones de tránsito y los campos penitenciarios reciben un contingente proporcionalmente menor.

¿A quién se encarcela durante la riada «del oro»? A todo el que quince años atrás tenía una «empresa», comerciaba o ejercía un oficio, y a juicio de la GPU pudo haber conservado oro. Pero precisamente, muy a menudo no disponían de oro, pues habían tenido bienes muebles e inmuebles, si bien todo se había esfumado —confiscado durante la revolución— y no les quedaba nada. Se encarcelaba con grandes esperanzas, como es natural, a dentistas, joyeros y relojeros. Las denuncias ofrecían pistas para encontrar oro en las manos más inesperadas: un obrero «tornero por los cuatro costados» había conservado sesenta monedas de oro, de cuando «Nicolás II», de a cinco rublos, encontradas no se sabe dónde; Muraviov, conocido guerrillero siberiano, se presentó en Odessa con un sa-quito de oro (lo había robado durante la guerra civil); todos los carreteros tártaros de San Petersburgo tenían oro escondido. Y si eso era verdad o no, sólo podía aclararse pasando por la celda de castigo. Nada podía salvar a aquel sobre el que caía una denuncia «por oro»: ni su procedencia proletaria ni sus méritos durante la revolución. Todos eran arrestados, todos eran embutidos en las celdas de la GPU en unas cantidades que hasta entonces se consideraban imposibles. ¡Pero así tenía que ser para que lo devolvierancuanto antes! Se llegaba a situaciones embarazosas, en que hombres y mujeres permanecían encerrados en una misma celda y debían hacer sus necesidades en una cubeta unos frente a otros. ¡Quién iba a preocuparse por estas minucias! ¡Venga el oro, canallas! Los jueces de instrucción no levantaban actas porque eran papeluchos que no le hacían falta a nadie, porque que se impusiera después una condena o no a pocos interesaba. Sólo una cosa era importante: ¡Venga el oro, canallas! El Estado necesita oro, ¿y tú para qué lo quieres? A los jueces de instrucción ya no les quedaba voz ni fuerzas para amenazar y torturar, por ello recurrían a un método general: dar a los arrestados únicamente comida salada y ni una gota de agua. ¡Quien entregue el oro beberá agua! ¡Un chervónets*por una jarra de agua pura!

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